¿Te ha pasado que vas al súper o a una tienda de fiesta, ves una piñata con licencia de moda —tipo Spiderman o la Barbie del momento— y te preguntas: “¿Esto es una piñata de verdad?”?

Spoiler: muchas veces no lo es. O al menos, no en el sentido tradicional.
La realidad es que en los últimos años, las piñatas fabricadas en China han invadido el mercado mexicano. Son más baratas, tienen diseños llamativos y sí, a veces hasta se ven “más modernas”. Pero ¿a qué costo?

Por un lado, están hechas con moldes de cartón comprimido o plástico, y en muchos casos con materiales que no sabemos ni de dónde vienen. Se rompen fácil (a veces demasiado), no aguantan mucho peso y, seamos honestos, no tienen alma.
Sí, leíste bien: alma.

Una piñata tradicional mexicana es otra cosa. Es una mezcla de historia, cultura, trabajo artesanal y mucho cariño. Quien ha visto cómo se hace una estrella de siete picos con papel periódico, engrudo y papel de china, sabe de lo que hablo.
Cada piñata es única. Ninguna sale igual que otra. Y esa es justo la magia.

Además, las piñatas mexicanas representan empleo local. Familias que han heredado el oficio, comunidades que dependen de estas ventas, tradiciones que se transmiten de generación en generación. ¿De verdad vamos a cambiarlas por una producción en masa que no deja nada en casa?

Claro, no todo lo chino es malo, y tampoco se trata de caer en discursos extremistas. Pero sí es importante cuestionarnos: ¿qué tipo de fiesta queremos ofrecer a nuestros hijos, sobrinos o ahijados? ¿Una fiesta que sea solo estética o una que también tenga historia?

 

Porque sí, una fiesta puede ser divertida y significativa. Y la piñata es parte de eso.

Y tú, ¿qué opinas? ¿Te importa de dónde viene la piñata que compras?
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